Naty Sánchez Ortega es Licenciada en Historia y escritora. Está especializada en el pensamiento y el arte de las culturas antiguas, sobre los que imparte cursos y conferencias a nivel divulgativo para acercar estos temas al gran público.
¿Has oído hablar alguna vez de Heinrich Schliemann? Espero que sí, era una de esas personas que cambian las cosas para siempre, de esas que tienen una serie de cualidades con las que logran ir más allá de los límites que se pone el común de los mortales.
Nació en una familia muy humilde y gestó una fortuna por sus propios méritos, ya que comenzó siendo el mozo de una tienda de ultramarinos en Alemania y acabó dirigiendo un imperio comercial con sede central en Rusia. Cuando ya tenía más dinero del que se puede imaginar, decidió invertirlo en algo más trascendente que unos cuantos palacios o coches caros: resolver el misterio de si Troya era sólo una leyenda o había existido alguna vez. ¡Quería encontrar Troya!
Schliemann era un políglota autodidacta. Él mismo creó un método para aprender idiomas con facilidad, y llegó a dominar en muy poco tiempo el inglés, el francés, el español, el italiano, el holandés, el ruso y el portugués. Y no vais a creer qué texto utilizó para practicar su ruso... ¡La Telemaquia!, los capítulos iniciales de La Odisea donde se narra cómo el hijo de Odiseo, Telémaco, va de un sitio a otro en busca de noticias sobre la suerte de su padre tras la guerra de Troya. Sus prácticas de esta lectura las hacía en voz alta y tuvo que mudarse algunas veces tras las quejas de los vecinos. Aburrido de declamar a solas optó por pagar a un mendigo que le hiciera de público... ¿No os parece un modo original de aprender ruso? Por cierto, en estos momentos, tenía sólo 22 añitos...
Centrado en salir adelante a nivel económico, esperó hasta 1856, cuando tenía ya 34 años, para enfrentarse al griego antiguo..., sí, el de Homero, ¡que empezó a leer y escribir con soltura en menos de cuatro meses! Sin embargo, este no fue el primer contacto de nuestro personaje con el poeta ciego. Tuvo la gran suerte de que su padre, un pastor protestante, en vez de leerle los cuentos de los Hermanos Grimm cuando se iba a la cama, prefería narrarle episodios de la Guerra de Troya. Con apenas ocho años se dormía cada noche impresionado por aquellos personajes fantásticos que combatían mano a mano con los dioses a los pies de las murallas de Ilión.
Nos cuenta el propio Schliemann en su autobiografía que en uno de los libros que le regaló su padre contempló un dibujo de Troya en llamas. Con su lógica infantil, consideró que si el autor había dibujado aquella ciudad era porque la había visto en persona. Al padre le costó un poco hacerle entender que era una recreación y que la ciudad no era ya sino polvo. Concluyeron la discusión en un tono profético: "Al fin llegamos a ponernos de acuerdo en que yo excavaría las ruinas de Troya algún día" (H. Schliemann).
"la opinión de los antiguos fue para él más valiosa que la ciencia del día"
C. W. Ceram
A partir de 1868, ya millonario, comienza a realizar una serie de viajes por los lugares más emblemáticos del mundo. Después se casó en segundas nupcias con una joven griega: Sophia Engastromenos (1852-1932), que, según sus propias palabras: "era griega, nacida en Atenas, gran admiradora de Homero, y tomó parte activa y muy entusiásticamente en la ejecución de aquella gran obra". Se centró en Grecia, visitando primero la isla de Itaca, patria de Odiseo (Ulises) y símbolo por excelencia del hogar mítico de los héroes perdidos. Pasó después por Micenas (ciudad de Agamenón) y Tirinto, pero no se detuvo a realizar excavaciones. Siguió rumbó a la actual Turquía, ansioso por contemplar el escenario de aquella guerra heroica. Allí pasó unos días inspeccionando Bunarbashi, una zona que había sido propuesta como enclave de Troya por los pocos que se atrevían a postular la hipótesis de su existencia, aunque nadie había intentando comprobarlo. El lugar no convenció a Schliemann, que para entonces ya se sabía La Ilíada casi de memoria. Había, efectivamente, dos fuentes de agua de distinta temperatura como describe Homero, pero los demás factores no coincidían: estaba demasiado lejos del mar, el terreno escarpado no permitían recrear algunos episodios fundamentales del poema... ¡No! ¡Aquel no era el lugar!
La colina de Hisarlik
Como creía "ciegamente" en Homero, decidió acercarse al montículo que más cerca estaba del mar: la colina de Hisarlik. Una parte de este montículo era propiedad de un norteamericano, Frank Calvert, que representaba a su país como cónsul en los Dardanelos. En su opinión, Troya debía esconderse allí. Schliemann estuvo de acuerdo, porque todo coincidía con los parámetros del poeta. Así que contrató un equipo y el 11 de octubre de 1871 comenzaron las excavaciones más trascendentales de la historia europea. Se encontró con todo tipo de problemas, pero nada consiguió achicarle: "Las dificultades no hacen otra cosa que aumentar mi deseo de alcanzar la meta que, al fin, tengo ante mí, y demostrar que Ilión descansa en hechos reales (...) No ahorraré ningún esfuerzo ni gasto hasta conseguir el fin que me he propuesto" (H. Schliemann).
Largas fueron las primeras exploraciones hasta el día que dieron con un grueso muro; al seguirlo, les condujo a lo que entonces se interpretó como las Puertas Esceas, el acceso a la antigua ciudadela donde Príamo había gobernado a los grandes héroes troyanos. Corría el año 1873 y Schliemann estaba a punto de hacer su gran descubrimiento. Encontró un gran recipiente de cobre donde le pareció que había un brillo intenso de oro cubierto de escombros. Temiendo que fuesen joyas y que los obreros idearan algún robo que privase a la arqueología de su estudio, aquella tarde mandó a todos a descansar y él y su esposa sacaron poco a poco el hallazgo, ¡nada más y nada menos que el llamado "tesoro de Príamo"! Cuando colocó las antiguas joyas sobre el torso de su mujer, por un momento debió sentirse confundido: ¿era la joven ateniense o la antigua reina Espartana, la bella Helena, por la que todos aquellos héroes habían dado la vida?
Posteriores trabajos arqueológicos en todos los niveles estratigráficos permitieron comprender que Schliemann no había encontrado una, sino varias, "Troyas". Hoy se considera que al menos podemos hablar de diez ciudades superpuestas de distintas épocas. Hoy todo señala que la conocida como Troya VI fue la que perteneció a Príamo y a su esposa Hécuba, por lo que Shliemann se habría apresurado en sus conclusiones. Sea como sea, nada puede quitarle a Schliemann el mérito fundamental: haber creído cuando nadie creía, haber apostado su fortuna, su esfuerzo y su reputación, a una convicción. Y en los tiempos que corren, eso tiene mucho de épico, lo suficiente como para incluir a Schliemann en la galería de héroes homéricos.
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Laura Ortega (sábado, 19 mayo 2018 16:47)
¡Muy bonito! Vaya aventurero el hombre, y muy generoso.