Naty Sánchez Ortega es Licenciada en Historia y escritora. Está especializada en el pensamiento y el arte de las culturas antiguas, sobre los que imparte cursos y conferencias a nivel divulgativo para acercar estos temas al gran público.
Durante muchos años, he explorado los inagotables senderos del arte budista. Su belleza sutil, su riqueza simbólica, sus mensajes filosóficos, su invitación a la meditación y su fuerza expresiva, me han seducido por completo. Quisiera transmitiros un poco de ese bagaje, unas palabras torpes que aspiran a invitaros a curiosear la filosofía y la estética de un camaleón oriental.
El arte me fascina por su poder para transmitir una forma de pensar sin necesidad de palabras. Nuestra inteligencia estética y nuestra capacidad sensitiva son las puertas de acceso a cualquier manifestación artística. Sin embargo, si además conocemos los contenidos simbólicos y la postura filosófica con que fue creada, nuestra percepción se expande hasta universos insospechados. Esto es lo que sucede con el arte budista en general: puedes apreciar su belleza y su originalidad, pero si percibes la sabiduría que esconde, se convierte en un libro abierto de inagotables reflexiones.
Si queréis os pongo un ejemplo arquitectónico: las estupas. Cuando nos acercamos a uno de estos impresionantes montículos sin entender su esencia, llegamos a sentir admiración por cómo están ejecutados, pero se nos escapa toda la potencia expresiva que tiene para un budista este tipo de monumentos. En primer lugar, evocan a su fundador, Sidharta Gautama, el Buddha. Según la tradición, sus cenizas fueron recogidas en este tipo de construcciones, que actuaban a modo de los antiguos túmulos funerarios. Por otra parte, son una escultura arquitectónica del propio Buddha, su cuerpo, su palabra y su mente, pues en los primeros siglos nunca se le representaba con forma humana (por eso se aludía a él de modo indirecto, por ejemplo como un trono vacío bajo el árbol Bodhi). El gran emperador Ashoka, un entusiasta del budismo, mandó construir más de 80.000 estupas en su gran imperio, que abarcaba casi toda la India actual. Muchas de ellas señalaban lugares de gran trascendencia en la historia del budismo, como la gran estupa Dhamek, en Sarnath (Benarés). Allí Buddha transmitió su enseñanzas (Dharma), por primera vez, a los cinco cinco ascetas que habían sido sus compañeros antes de alcanzar la Iluminación. Había por allí numerosos ciervos, de hecho, tal era el nombre del lugar: "El parque de los Venados". Desde entonces, ese episodio tan importante se representaría con la rueda del Dharma (Dharmachakra) -que simboliza la enseñanza-, una pareja de ciervos y cinco monjes (bhikkhus) escuchando "el sermón de Benarés".
Junto a las estupas empezaron a reunirse los monjes y poco a poco les siguieron miríadas de peregrinos, que acudían en busca del consuelo, la sabiduría y la bendición de Buddha. Se construyó entonces un deambulatorio (vedika) en torno a la gran bóveda celeste (anda) enmarcada con una sólida balaustrada y cuatro puertas monumentales (torana) orientadas a los puntos cardinales. Los peregrinos se aproximan desde el este y circunvalan la estupa de manera que ésta quede siempre a su derecha. Una estupa qu conserva muy bien estos elementos es la de Sanchi, datada en el siglo III a.C. (ver foto).
Algunos de los más antiguos testimonios del arte escultórico budista surgieron precisamente en estas puertas y balaustradas. La biografía de Buddha y los bellísimos Jataka (cuentos que narran sus vidas anteriores), se perfilaron sobre la piedra a modo de libro abierto para el conjunto de las gentes, que a través de estas imágenes y las palabras de los monjes, comprendían el sentido de las enseñanzas (Dharma). Poco a poco la escultura se fue desarrollando, gracias a veces a intervenciones extranjeras, como el arte greco-búdico del reino de Gandhara. Allí, los artistas griegos, fascinados por este personaje, lo imaginaron con túnica de filósofo y rasgos apolíneos, pero con las posturas y demás detalles iconográficos propios del budismo. Así se fueron canonizando las representaciones de Buddha: sentado o de pie sobre un loto, realizando determinados gestos con las manos (mudras), los lóbulos de las orejas alargados, urna en el entrecejo (llama, círculo o lunar, esculpido o pintado) y el usnisha (protuberancia craneana de un Buddha).
A estas alturas, es posible que algunos de vosotros se pregunte en qué consistía esa enseñanza o Dharma tan importante que Buddha transmitió y que dio origen al Budismo. Mucho antes de alcanzar la Iluminación, él era un joven príncipe que había vivido sin ningún contacto con las miserias humanas porque su padre quería evitar que se convirtiera en un guía espiritual en vez de ser su heredero. Sin embargo, el destino colocó en su camino la enfermedad, la vejez y la muerte, causando un gran impacto en su conciencia, hasta tal punto que, desbordado de compasión, tomó la firme resolución de hallar la fórmula que permitiese a la humanidad escapar de dolor y la insatisfacción (dukkha). Tras probar todos los rigores del ascetismo y consultar a varios maestros de su época, comprendió que la solución no podía estar en ninguno de los dos extremos que había vivido, era imprescindible un Camino del Medio. Decidido a dar con la clave definitiva, Sidharta se sentó a los pies del árbol Bodhi y se enfrentó con Mara, el gran encantador. Al fin, victorioso, alcanzó ese estado de conciencia superior que llaman Iluminación, y encontró todo aquello que había estado buscando. Cuando el burlón implacable de Mara se jactó de que no había testigos de su gran logro, él tocó con sus dedos la Tierra para que ella fuera su testigo (Bhumisparsha mudra). Una vez que decidió transmitir a otros lo que había comprendido, se dirigió hacia el Parque de los venados en Sarnath (Benarés). Se trataba de Cuatro Nobles Verdades, muy sencillas en su esencia, pero cuya comprensión final exige un fascinante viaje interior. En otra ocasión hablaremos con detenimiento de ellas, pues sería poco respetuoso tratar de explicarlas con un par de frases.
El arte budista siguió a los monjes más allá de las fronteras de La India y allí se fue transformando como un camaleón al contactar con las culturas locales de Tíbet, China, Japón, Tailandia, Laos, etc. De este modo, partiendo de unas ideas esenciales, el budismo fue capaz de expresarse con una infinita gama de matices, soportes y formas, sin perder un ápice de su valor esencial. Muy al contrario, se enriqueció con la experiencia milenaria de estos pueblos gracias a su talante ecléctico y respetuoso. En algunas de sus facetas, como por ejemplo el ámbito del Zen, el arte se independizó del objeto externo y pasó a formar parte de uno mismo; el arte se integró así en el mundo de la meditación, dando la oportunidad al artista-discípulo de indagar en los amplios paisajes del ser interior. ¡Simplemente sublime!
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Laura (martes, 06 agosto 2019 16:19)
Interesante. Gracias
Arturo lopez (jueves, 19 septiembre 2019 14:55)
Podrías Enviar alguna imagen de la representación del trono vacío en el arte budista... porque no encuentro ninguna
Muchas gracias
Naty (martes, 24 septiembre 2019 02:27)
Hola, Arturo. Aquí te dejo un enlace que lleva directamente hasta un ejemplo de este tipo de representaciones ausentes. Espero que te sirva. Si no ves bien el enlace o necesitas más ejemplos, por favor me avisas: https://es.wikipedia.org/wiki/Grecobudismo#/media/Archivo:MaraAssault.jpg