El Mediterráneo desde la costa actual de Alejandría. Fotos cortesía de Juan Friedrichs ©
Casi una centuria después de la aparición de la tumba de Tutankamon, la arqueología sigue demostrándonos lo poco que conocemos de nuestro pasado, incluso respecto a civilizaciones tan estudiadas como la que floreció en el valle del Nilo. Aquella tierra que tantos tesoros ha custodiado en el desierto hace gala de su versatilidad orientando los picos y palas a un medio nuevo: las aguas del Mediterráneo. Su azul abrazo silenció las voces de una serie de ciudades que hasta ahora sólo conocíamos por citas perdidas en fuentes clásicas, como Canopo, Heraclión-Tonis y Menutis, así como una parte importante de la prestigiosa Alejandría. Esta última nunca dejó de estar habitada, pero su esplendor dormía aletargado a pocos metros de la costa, dejando en entredicho si existieron alguna vez sus míticos monumentos.
Toda gran empresa tiene su protagonista y en el caso que nos ocupa su nombre es Frank Godio, cabeza visible del equipo que ha llevado la excavación subacuática a la excelencia. Presidente y fundador (1987) del Instituto Europeo de Arqueología Submarina, es además el director de los trabajos en la costa egipcia. En 1992 inició su actividad en la zona de Alejandría, detectando y extrayendo restos que se hallaban a un máximo de 6’5 m de profundidad; esto significa que estaban 8 m por debajo del emplazamiento antiguo. Lenta y metódicamente fueron perfilando el trazado del Portus Magnus, que cobijaba un ingente comercio marítimo a la sombra del Faro; de éste, por desgracia, no ha quedado ni rastro. Al mismo tiempo se trabajó en el barrio real: localizaron infraestructuras portuarias, un palacio ptolemaico, el Cesareum y un templo que creen dedicado a Isis, pues allí rescataron un sacerdote con un Osiris-Canopo entre sus manos.
Canopo era una ciudad griega ubicada en las inmediaciones de Abukir, donde se iniciaron las prospecciones en 1996. La cita más antigua que conservamos proviene de un poema de Solón (siglo VI a.C.) Fue famosa por su templo dedicado a Seraphis, ya que era un lugar de sanación (no debe confundirse con el Serapheum de Alejandría). Al sumergirse en el puerto moderno de Abukir, el equipo de Godio se topó con 150 m de ruinas alineadas que mostraban dos enclaves bien diferenciados: un edificio bizantino cristiano y un gran templo de 103 m de longitud. Entre el fondo marino descubrieron una cabeza del dios Seraphis de hermosa factura, que habría correspondido a un cuerpo de mínimo 4 m de altura. También robaron a las aguas una reina que estremece por su perfección escultórica.
Sin embargo, la pieza más impresionante del lugar es la Naos de las Décadas, una capilla de granito negro dedicada por Nectanebo I (378-361 a.C.) al dios Shu. Tiene 178 cm de altura, 88 de ancho y 80 de fondo. Algunos fragmentos de la misma pieza, como el techo conservado en el Museo del Louvre, se encontraron en 1817, en tierra firme. Esta divinidad solar que suele presentarse como figura humana separando el cielo (Geb) y la tierra (Nut), aparece aquí como león sentado. Su importancia para el estudio de la astronomía egipcia es vital pues se trata de un “calendario que divide el año egipcio en períodos de diez días, llamados décadas, definidos por la salida sucesiva de determinadas estrellas, que reciben el nombre de decanes. Hay treinta y seis grandes compartimentos o recuadros consagrados a cada una de las treinta y seis décadas del año” (GODIO & FABRE, 2008). En cada compartimento se repiten cinco imágenes, relacionadas con las diferentes fases de las estrellas decanes: ave con cabeza humana, esfinge con cabeza de halcón blandiendo un arco, carnero en movimiento, momia de pie, momia tendida. Shu es el Señor de las estrellas decanes y por tanto el patrón de las interpretaciones astrológicas que acompañan a cada década en el texto jeroglífico. El monumento puede estudiarse a fondo en la obra de Von Bomhard titulada The Naos of the Decades. Underwater Archaeology of the Canopic Region in Egypt.
Por último hablaremos de los trabajos realizados en Heraclión-Tonis, a 6 km de la costa en la bahía de Abukir. La ciudad custodiaba el acceso al brazo canópico del Nilo, enlazando directamente con la gran colonia griega de Naucratis, en el interior del Delta. Un muro de 150 m de longitud ha sido identificado como el templo de Amón del Gereb, responsable de entregar al faraón recién coronado el legado de sus antepasados. La naos sagrada de Amón ha sido rescatada junto a numerosas estatuas bellísimas, tres de ellas colosales por sus 5 m de altura: un rey, una reina y una representación de Hapy. Una imagen femenina llama la atención por su extraordinaria belleza: la reina isíaca de piedra negra. En cuanto a ejemplos epigráficos destacan la estela bilingüe de Ptolomeo VIII y la llamada “de Tonis-Heraclion”, de Nectanebo I, tallada en granito negro y datada en el año 378 a.C., con una altura impactante de 195 m.
Del estudio de los distintos monumentos y objetos conservados se constata que gran parte de la destrucción se debió a la acción humana, sobre todo en lo que se refiere a los templos y estatuas. Los restos que sobrevivieron a la barbarie fanática de los siglos III y IV sufrieron como colofón un tsunami (21 de julio de 365) y una serie encadenada de terremotos. Después de estos avatares, todo este esplendor habría desaparecido bajo las aguas en la segunda mitad del siglo VIII de nuestra era, descansando silencioso bajos las olas convertido en leyenda, y hoy, en historia.
Estatuas de Seraphis e Isis en el Museo de la Biblioteca de Alejandría.
Fotos cortesía de Juan Friedrichs ©
La universidad de Alejandría
En tierra firme y desde hace cuarenta años, un equipo polaco ha trabajado sin descanso en la zona de lo que durante mucho tiempo se consideró un teatro o un odeón grecolatino, que ha resultado ser un auditorio universitario. El director de las excavaciones, Grzegorz Majcherek, del Centro de Arqueología Mediterránea de la Universidad de Varsovia, comunicó a la prensa en 2004 el hallazgo de catorce salas contiguas al citado odeón, de doce metros cuadrados cada una, con bancos de piedra escalonados en forma de herradura y una gran piedra plana frente a ellos. Se trata de las aulas de uno de los centros del saber más célebre de todos los tiempos, cuya capacidad total estaba preparada para atender a 5.000 estudiantes. El hallazgo, aún pendiente de publicación, ha supuesto un verdadero paso adelante en la reconstrucción de Alejandría como capital cultural del Mediterráneo.
Fotos cortesía de Juan Friedrichs ©
El Serapheum y la Biblioteca Hija
El lector me perdonará que haya dejado para el final una de las primeras campañas arqueológicas en la capital de los Ptolomeos, invirtiendo los cánones temporales. Hay que remontarla al siglo XIX y estuvo liderada por el italiano Guiseppe Botti, fundador del Museo de Alejandría. Trabajó intensamente en la zona que hoy es la postal más emblemática del Delta, pues conserva la imponente columna romana mal llamada “de Pompeyo” con un grupo de esfinges. Aquí se alzó hace dos mil años uno de los templos más importantes del Imperio Romano: el Serapheum, erigido en honor a Osiris-Apis en su versión grecolatina, que cobijaba la Biblioteca Hija de Rakotis. Ésta última se ha popularizado con la película Ágora de Alejandro Amenábar y fue la heredera de la Gran Biblioteca creada por los Ptolomeos; tras sucesivos accidentes, ésta desapareció todavía en época clásica y sus restos fueron conservados en la zona alta, bajo la protección sagrada que ofrecía el santuario, lejos del puerto y de los conflictos sociopolíticos. Este conjunto místico-erudito fue destruido el año 391 d.C. por cristianos enardecidos por el obispo Teófilo, apoyado por el Decreto de Teodosio que clausuraba todos los centros de culto paganos que aún estuviesen abiertos. Cirilo, poco después, se ocupó de los últimos supervivientes, incluida la filósofa Hipatia.
Imágenes de los restos del Serapheum de Alejandría. Fotos de Naty Sánchez.
El trabajo de Botti sacó a la luz un testimonio significativo de los postreros acontecimientos que allí tuvieron lugar: “Todavía tiemblo ante el horror de los muertos que he encontrado en las excavaciones alrededor de la Columna, y especialmente hacia el Este en la segunda terraza. He contado esqueletos a centenares, bajo los cascotes de los muros y los bloques rotos de granito que fueron arrojados desde arriba. Hacia la derecha habían excavado una larga trinchera y la habían llenado hasta arriba de cadáveres, apilados unos sobre otros (…) En el subsuelo de Alejandría yo he contado por centenas, por millares los esqueletos, a partir de los Lágidas hasta el declinar de la dominación bizantina, pero nunca vi nada parecido a este caos en la muerte… Podíamos ver allí una escena de la carnicería que se produjo con el descalabro final de los fieles de Serapis y el saco del Serapeum”. (BOTTI, 1897, págs. 78-79).
Con estas palabras acabamos nuestra visita arqueológica, con la esperanza de llevarnos una reflexión importante como conclusión: el fanatismo y la ignorancia lo arrasan todo a su paso… la Sabiduría construye.
Bibliografía
BOTTI, G. (1897). Fouilles á la colonne théodosienne, 1896. Alexandrie: Société Archaelogique d'Alexandrie.
GODIO, F., & FABRE, D. (2008). Tesoros sumergidos de Egipto. (F. GODIO, Ed.) Madrid: Prestel.
JEVENOIS, P. d. (2009). Biblioteca de Alejandría. El enigma desvelado. Badajoz: Esquilo.
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